jueves, 29 de julio de 2010

PABLO NERUDA

lunes, 19 de julio de 2010

Los libertadores

AQUÍ viene el árbol, el árbol
de la tormenta, el árbol del pueblo.
De la tierra suben sus héroes
como las hojas por la savia,
y el viento estrella los follajes
de muchedumbre rumorosa,
hasta que cae la semilla
del pan otra vez a la tierra.

Aquí viene el árbol, el árbol
nutrido por muertos desnudos,
muertos azotados y heridos,
muertos de rostros imposibles,
empalados sobre una lanza,
desmenuzados en la hoguera,
decapitados por el hacha,
descuartizados a caballo,
crucificados en la iglesia.

Aquí viene el árbol, el árbol
cuyas raíces están vivas,
sacó salitre del martirio,
sus raíces comieron sangre
y extrajo lágrimas del suelo:
las elevó por sus ramajes,
las repartió en su arquitectura.
Fueron flores invisibles,
a veces, flores enterradas,
otras veces iluminaron
sus pétalos, como planetas.

Y el hombre recogió en las ramas
las caracolas endurecidas,
las entregó de mano en mano
como magnolias o granadas
y de pronto, abrieron la tierra,
crecieron hasta las estrellas.

Éste es el árbol de los libres.
El árbol tierra, el árbol nube,
el árbol pan, el árbol flecha,
el árbol puño, el árbol fuego.
Lo ahoga el agua tormentosa
de nuestra época nocturna,
pero su mástil balancea
el ruedo de su poderío.

Otras veces, de nuevo caen
las ramas rotas por la cólera
y una ceniza amenazante
cubre su antigua majestad:
así pasó desde otros tiempos,
así salió de la agonía
hasta que una mano secreta,
unos brazos innumerables,
el pueblo, guardó los fragmentos,
escondió troncos invariables,
y sus labios eran las hojas
del inmenso árbol repartido,
diseminado en todas partes,
caminando con sus raíces.
Éste es el árbol, el árbol
del pueblo, de todos los pueblos
de la libertad, de la lucha.

Asómate a su cabellera:
toca sus rayos renovados:
hunde la mano en las usinas
donde su fruto palpitante
propaga su luz cada día.
Levanta esta tierra en tus manos,
participa de este esplendor,
toma tu pan y tu manzana,
tu corazón y tu caballo
y monta guardia en la frontera,
en el límite de sus hojas.

Defiende el fin de sus corolas,
comparte las noches hostiles,
vigila el ciclo de la aurora,
respira la altura estrellada,
sosteniendo el árbol, el árbol
que crece en medio de la tierra.

Poema América Insurrecta (1800) de Pablo Neruda

NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.
Fue dura la verdad como un arado.
Rompió la tierra, estableció el deseo,
hundió sus propagandas germinales
y nació en la secreta primavera.
Fue callada su flor, fue rechazada
su reunión de luz, fue combatida
la levadura colectiva, el beso
de las banderas escondidas,
pero surgió rompiendo las paredes,
apartando las cárceles del suelo.
El pueblo oscuro fue su copa,
recibió la substancia rechazada,
la propagó en los límites marítimos,
la machacó en morteros indomables.
Y salió con las páginas golpeadas
y con la primavera en el camino.
Hora de ayer, hora de mediodía,
hora de hoy otra vez, hora esperada
entre el minuto muerto y el que nace,
en la erizada edad de la mentira.
Patria, naciste de los leñadores,
de hijos sin bautizar, de carpinteros,
de los que dieron como un ave extraña
una gota de sangre voladora,
y hoy nacerás de nuevo duramente
desde donde el traidor y el carcelero
te creen para siempre sumergida.
Hoy nacerás del pueblo como entonces.
Hoy saldrás del carbón y del rocío.
Hoy llegarás a sacudir las puertas
con manos maltratadas,con pedazos
de alma sobreviviente, con racimos
de miradas que no extinguió la muerte,
con herramientas hurañas
armadas bajo los harapos.


PABLO NERUDA

Cualesquiera que sean las objeciones que pueda suscitar su posición política y el efecto de la misma sobre su obra, Neruda es, sin duda, el poeta de mayor prestigio de Hispanoamérica y uno de los valores excepcionales de la poesía continental americana. Su poesía ejerció una enorme influencia que ha sido particularmente perceptible en la poesía chilena moderna, ya en su aspecto social (Efraín Barquero, Gonzalo Rojas) ya por profundizar en los parajes poéticos descubiertos por Neruda, Pero la importancia de Neruda dentro de la poesía americana es semejante a la que en su tiempo tuvo Rubén Darío; como el nicaragüense, también Neruda ha influido hondamente en todo el ámbito hispano, incluyendo la poesía española contemporánea.
Los inicios
Como rasgo de conjunto, la obra de Pablo Neruda se caracteriza desde un punto de vista estilístico por la audacia verbal y la originalidad. Las formas simbolistas y modernistas las representa primordialmente el libro Crepusculario (1923). Pero pronto su poesía empieza a tener un valor excepcional y surgen las formas que habrán de ser genuinas en obras como El hondero entusiasta (escrito hacia 1923, pero no publicado hasta 1933), Tentativa del hombre infinito (1925) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Hay en estos poemas una actitud sentimental. El poeta exalta la mujer, la angustia, la tristeza, la ausencia y el recuerdo.

Son todavía poemas autobiográficos y están invadidos por una gran melancolía: "Puedo escribir los versos más tristes esta noche"; el poeta canta la soledad acompañada sólo de sus palabras, antes de que la llenara el recuerdo de la amada: "Antes que tú poblaron la soledad que ocupas / y están acostumbradas más que tú a mi tristeza"; la desesperación: "Soy el desesperado, la palabra sin ecos, / el que lo perdió todo y el que todo lo tuvo"; la tristeza: "He dicho que cantabas en el viento / como los pinos y como los mástiles. / Como ellos eres alta y taciturna. / Y entristeces de pronto, como un viaje
Y, junto a todo ello, la imagen centelleante, de clara procedencia modernista: "l
Residencia en la Tierra
Con la aparición de Residencia en la Tierra cambia completamente el panorama de la poesía de Pablo Neruda: se torna difícil y hermética.
La soledad, la desesperación, la angustia, se acentúan en estos poemas; el autor ve el mundo como un naufragio total, como una destrucción constante, como una desintegración incontenible. La retina del poeta ("como un párpado atrozmente levantado a la fuerza") ve cómo todo fluye ("agua feroz mordiéndose y sonando") hacia la muerte y la descomposición: las cosas más heterogéneas, en su misma heterogeneidad, no hacen sino representar al universo todo: "Como cenizas, como mares poblándose, / en la sumergida lentitud, en lo informe, / o como se oyen desde lo alto de los caminos / cruzar las campanadas en cruz, / ... y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra / se pudren en el tiempo, infinitamente verdad.
Residencia en la Tierra es una visión de la realidad y del mundo muy parecida a ciertas formas de la pintura vanguardista. Amado Alonso nota acertadamente que en este período de la poesía de Pablo Neruda hay un predominio del sentimiento sobre la realidad, es decir, que el sentimiento del poeta pugna por encontrar una imagen o comparación en el mundo real, comparación que a menudo sale fragmentada, barajada o caótica. Por esta razón su poesía está llena de incoherencias "objetivas y racionales".
La técnica estilística de Pablo Neruda tiene su origen en el surrealismo: imágenes ilógicas, símbolos oscuros, enumeración caótica, libres asociaciones. Todo ello unido a su peculiar visión del mundo y a su sintaxis hace de esta obra un caso digno de la mayor atención. Pueden destacarse de Residencia en la Tierra los poemas "Galope muerto", "Arte poética", "Entierro en el Este", "El fantasma del buque de carga", "Barcarola", "Enfermedades en mi casa", "Oda con un lamento", "Entrada a la madera", "Apogeo del apio", "Estatuto del vino", "Oda a Federico García Lorca" y "El reloj caldo en el mar". Residencia en la Tierra es un libro esencialmente materialista.

Canto General
Pero donde Pablo Neruda llega a la total posesión del objetivo bajo la forma de un ideal es en el extenso poema Canto General, terminado de escribir en 1949. El poema se divide en quince partes. En la primera, "La lámpara en la tierra", canta el nacimiento de la vegetación en las tierras americanos: el jacarandá, la araucaria, los alerces, el ceibo, el tabaco ("El tabaco silvestre alzaba / su rosal de aire imaginario"), el maíz ("Como una lanza terminada en fuego, / apareció el maíz"); la aparición de las bestias, de los pájaros; la formación de los ríos ("Amada de los ríos, combatida / por agua azul y gotas transparentes, / eras tatuada por los ríos"), de los minerales y de los hombres.
Esta primera parte es el canto de la formación de América, y tiene toda la grandeza que merece el tema. El tono épico aparece constantemente transitado por formas de un exquisito lirismo. Toma semejante desarrollo la segunda parte, "Alturas de Macchu Picchu", exaltación de la naturaleza ya formada, pero todavía virgen, de la América amada por el poeta: "más abajo, en el oro de la geología, / como una espada envuelta en meteoros, / hundí la mano turbulenta y dulce / en lo más genital de lo terrestre". Estas alturas son símbolo de la pureza perdida, son lo más representativo del continente: "Puse la frente entre las olas profundas, / descendí como gota entre la paz sulfúrica, / y, como un ciego, regresé al jazmín / de la gastada primavera humana". El tema de la América virginal e intacta se repetirá en Odas elementales.
La tercera parte lleva por título "Los Conquistadores": esta América pura e intacta es destruida por los conquistadores. El poeta los acusa duramente y los insulta: a Cortés, a Alvarado, a Jiménez de Quesada o a Valdivia, porque a su parecer sumergieron las tierras americanas en una profunda agonía. Viene a continuación la exaltación de "Los libertadores", título de la cuarta parte. Neruda pondera la acción de los primeros indígenas (Cuauthémoc, Caupolicán, Lautaro), de los insurrectos del siglo XIX (O'Higgins, San Martín, Sucre, Martí) y de los líderes del Partido Comunista. "La arena traicionada", quinta parte, es un alegato contra todos los que, a juicio del poeta, han intentado corromper América: dictadores, poetas, literatos, diplomáticos, exploradores o compañías anónimas. La sexta, titulada "América, no invoco tu nombre en vano" desarrolla temas parecidos al canto anterior.
"Canto general de Chile" es el título de la séptima parte y constituye una evocación de la patria, de los amigos y de las luchas, mientras que la octava, "La Tierra se llama Juan", contiene piezas dedicadas a los revolucionarios, que el poeta, en el poema final, simboliza en Juan, el trabajador anónimo. En la novena, "Que despierte el leñador", Neruda se pronuncia contra los dictadores y la influencia tutelar americana. La décima, "El fugitivo", se ocupa el destierro y de la peregrinación del poeta. "Las flores de Punitaqui", undécima parte, trata problemas enfocados desde el punto de vista social; la duodécima, "Los ríos del canto", contiene cartas y conmemoraciones, y la decimotercera, "Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas", es a la vez recuento de luchas e invitación al combate.
En la parte decimocuarta, "El gran océano", el poeta retoma el canto a América, a su grandeza, a su vegetación y geografía, y en el decimoquinto,"Yo soy", da fe de sí mismo y de sus actividades. Cierran este canto y el libro unos testamentos ("Dejo a los sindicatos / del cobre, del carbón y del salitre / mi casa junto al mar de Isla Negra"), unas disposiciones ("Compañeros, enterradme en Isla Negra, / frente al mar que conozco"), y un "explicit" donde declara la causa del canto y la fecha en que fue terminado.
Última etapa
Canto general es un libro complejo, con toda la grandeza que tiene la poesía de Neruda, pero a la vez con todo el lastre que lleva siempre la poesía comprometida. A partir del Canto la obra de Neruda parece emprender un nuevo rumbo. Desde Todo el amor (1953), poema puramente amoroso, pasando por Las uvas y el viento (1954), que levantó polémicas (lo escribió en Capri y canta "la libertad del viento, la paz entre las uvas", con absoluta sencillez y sin olvidarse de sus ardientes alusiones políticas), parecía en busca de un nuevo tono que se afirmó en las Odas elementales (1954) y en Nuevas odas elementales (1955), obras que inician una especie de tercera época en la poesía nerudiana, En un lenguaje perfectamente accesible, Neruda se convierte en un poeta sencillo y afable que celebra los seres humildes y los objetos cotidianos. Como indican sus títulos, el autor canta las cosas simples y elementales: la alcachofa, el cobre, la cebolla, el caldillo de congrio, el hilo, la madera, la pobreza, el tomate, el traje, el aceite, los calcetines, el jabón, la lagartija, la papa.

Parece como si las cosas desvencijadas, polvorientas, en estado de desintegración, que aparecían en Residencia en la Tierra, cobraran de pronto su plena personalidad, afirmaran su ser, su necesidad de existir. Neruda llega en estas Odas a la total conquista de lo objetivo. El poeta las canta en función de la necesidad que tiene el hombre de ellas y, por tanto, estas Odas son auténtica poesía social. Les queda todavía algo del aire marcial del poeta de Tercera residencia y de Canto general. Y junto a los temas enunciados encontramos desarrollados otros que parecían insospechables: el aire, el amor, la flor, la claridad, el día feliz, la alegría, la esperanza, el otoño, la poesía, la sencillez, la tranquilidad, el verano, la vida, las estrellas, la luna.
Una de las odas que mejor explican esta transformación del poeta es la titulada "Oda a la alegría": "Te desdeñé, alegría. / Fui mal aconsejado. / La luna / me llevó por sus caminos. / Los antiguos poetas / me prestaron anteojos / y junto a cada cosa / un nimbo oscuro / puse / ... equivoqué mis pasos / y hoy te llamo, alegría. / ... ¡Contigo por el mundo! / ¡Con mi canto! / ... No se sorprenda nadie porque quiero / entregar a los hombres / los dones de la tierra / porque aprendí luchando / que es mi deber terrestre / propagar la alegría. / Y cumplo mi destino con mi canto". Algunas de estas odas son puros juegos, otras son exaltaciones de la naturaleza americana (especialmente las dedicadas a los pájaros).
Neruda empieza narrando un hecho minúsculo para ascender, a través de una expresión sencilla y de un metro corto, a deslumbrantes comparaciones; así en "Oda al libro" (II): "Libro / hermoso, / libro / mínimo bosque, / hoja / tras hoja, / huele / tu papel / a elemento, / eres / matutino y nocturno, / cereal, / oceánico...". Algunas de estas odas están dedicadas a poetas: a César Vallejo, a Jorge Manrique, a Rimbaud y a Walt Whitman. He aquí cómo interpreta a Jorge Manrique: "Adelante, le dije, / y entró el buen caballero / de la muerte. / Era de plata verde / su armadura / y sus ojos / eran / como el agua marina. / Sus manos y su rostro / eran de trigo. / ... tus estrofas. / De hierro y sombra fueron, / de diamantes / oscuros / y cortadas / quedaron / en el frío / de las torres / de España, / en la piedra, en el agua, / en el idioma". Y Neruda contrapone su estilo al del clásico, a quien hace afirmar que si ahora cantara de nuevo, "No a la muerte / daría / mi palabra"..."Es la hora / de la vida". Frente a la actitud de Residencia en la Tierra, las Odas elementales son una afirmación de vida y de esperanza y se cuenta entre las obras más valiosas del gran poeta chileno. A fines de 1957 apareció en Buenos Aires el Tercer libro de Con una tendencia a superar el hermetismo de sus primeros libros e inclinado a la simplificación, pero sin rehuir los temas políticos, su obras siguió enriqueciéndose con nuevos títulos: Nueva residencia en la tierra (1956), Estravagario (1959), Navegaciones y regresos (1959) y los Cien sonetos de amor (1959) dedicados a Matilde Urrutia. Ya en 1957 se habían publicado en Santiago de Chile sus Obras completas, en un lujoso tomo de 1265 páginas que, según Homero Castillo, se consideró "el acontecimiento editorial del año".
Le siguieron, ya en la década siguiente, Canción de gesta (1960), Piedras de Chile (1961), Plenos poderes (1962), Memorial de Isla Negra (1964), Artes de pájaros (1966), Una casa en la arena (1966) La Barcarola (1967) y Las manos del día (1968). De 1967 es la obra teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murieta. Sus últimos volúmenes publicados fueron Fin del mundo (1971), La espada encendida (1971), Las piedras del cielo (1971) e Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena (1973). Entre sus obras póstumas merecen destacarse sus memorias, Confieso que he vivido, que fueron publicadas en 1974.

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